La hipertensión arterial (HTA), definida como niveles de tensión arterial (TA) superiores a 140/90 mmHg, es uno de los problemas médicos actuales más importantes por afectar a alrededor del 26% de la población, y ser uno de los principales factores de riesgo de enfermedad y causa de muerte en todo el mundo. Pese a ello, tan sólo el 20% de los pacientes diagnosticados se encuentran bien controlados.
Esto es debido, en gran parte, a que es necesaria una gran concienciación y motivación del paciente con respecto a su enfermedad, ya en su mayoría ésta transcurre de forma asintomática para posteriormente “dar la cara”, a veces de forma drástica y súbita con la aparición de eventos como infarto agudo de miocardio o ictus cerebral. En la gran mayoría de los hipertensos, hasta un 95%, no se encuentra una causa concreta, y son catalogados de HTA esencial.
Actualmente, no está clara la causa, aunque diversos factores genéticos y ambientales, o muy probablemente la suma de ambos, se encuentran implicados. Lo que sí está claro es que una ingesta excesiva de sal (cloruro sódico) es capaz de elevar la presión arterial hasta en la mitad de la población general, lo cual viene determinado probablemente por diferencias genéticas en la eliminación de sodio por parte del riñón.
Es por ello, que uno de los pilares básicos del tratamiento de todo paciente con HTA debe de ser la disminución de la ingesta de sal. La Organización Mundial de la Salud recomienda un consumo de sal diario inferior a 5 gramos incluso en cualquier persona no hipertensa por ser capaz de prevenir el desarrollo de HTA. En pacientes hipertensos, lo ideal sería reducirlo incluso a menos de 2,5 gramos diarios, ya que en algunos puede evitar el uso de fármacos o, en su caso, disminuir la dosis de los mismos, según los especialistas del área de nutrición de Cocoon Imagen.
Uno de los principales problemas de una dieta sin sal es, sin duda, la pérdida de sabor que se experimenta en los alimentos, que a día de hoy no ha conseguido ser paliada de forma completa con la utilización de “sustitutivos” como ácidos o cloruro potásico, siendo estos últimos incluso potencialmente dañinos en pacientes con ciertas mediaciones anti-hipertensivas o enfermedades renales.
Otras formas de contrarrestar dicha pérdida de sabor es la adición de especias, limón o salsas de soja, aunque sin duda lo mejor es una progresiva, aunque no fácil en el inicio, adaptación del gusto a una dieta baja en sal.